¿Sirvieron de algo 50 años de bajadas de impuestos a los ricos?
La teoría del goteo prometía que si se bajaban impuestos a los ricos, se acabaría beneficiando también al resto porque ese dinero se invertiría e impulsaría la economía.
A lo largo de la vida uno presencia cosas extrañas, cosas aterradoras, incluso cosas maravillosas. Todas esas rarezas puedes presenciarlas y aún así seguirán ocurriendo; pero lo que nunca volverás a ver es un impuesto a los ricos del 91%.
Y es que esa tasa que existía en Estados Unidos en 1963 para gravar los ingresos que superan los 400.000 dólares de la época, para el 1% más rico de la población, había caído más de 50 puntos porcentuales en 2019.
Tal cifra suena hoy ya a verdadera ciencia ficción. Esos impuestos a los ricos se han perdido en el tiempo.
Bajar impuestos se convirtió en lo que hoy llamaríamos trending topic en las cancillerías del mundo y bajo gobiernos de todo color político.
Y dentro de tanto caos una promesa teórica iluminó ese camino: si se bajaban impuestos a los ricos, se acabaría beneficiando también al resto de la población, porque ese dinero se invertiría, impulsando así la economía, los puestos de trabajo y los salarios.
El debate sobre gravar a los ricos ha vuelto a tomar fuerza con la crisis económica emanada de la covid-19.
En medio de la segunda gran recesión en una década, los gobiernos tratan de paliar sus efectos entre la población mientras buscan ingresos para sanear las maltrechas arcas públicas.
A todo esto.. ¿Mereció la pena bajar los impuestos a los ricos?
No mejoró el crecimiento económico
Las economías de los países que bajaban impuestos no habían generado un mayor crecimiento económico añadido ni habían creado más empleo. La evidencia de que menores impuestos al capital estimulan la inversión es muy escasa
Fortunas que atraviesan siglos
Aquellos cuyos orígenes estaban vinculados con familias ricas en 1.427 habían heredado algo más que los apellidos: 600 años después el efecto no se había desvanecido y, de media, tenían unos ingresos un 5% más altos y un patrimonio un 10% superior que aquellos que descendían de familias pobres.
La conclusión es que debemos perder el miedo a gravar el capital, porque a tipos impositivos razonables, no hay evidencia de que los impuestos tengan efectos negativos sobre el crecimiento.